“CUANDO LO VEAMOS...” | thebereancall.org

Hunt, Dave

Hay muchas pruebas, que nadie puede refutar, que atestigua que la Biblia es la Palabra del Dios verdadero, quien es el Creador de la humanidad y del indescriptible universo en el cual nos encontramos nosotros. Aunque los centenares de profecías encontradas en la Biblia son prueba irrefutable, la más sorprendente y la más poderosa prueba es la consistencia que se puede encontrar en las Sagradas Escrituras, desde Génesis hasta el Apocalipsis. Recordemos que la mayoría de los profetas, quienes a través de los cuales la Biblia fue escrita, vivieron en diferentes épocas de la historia, en diferentes culturas y no se conocieron entre ellos. La única explicación razonable que se puede dar por esta coherencia, es lo que todos ellos declararon con una sola voz: que ellos fueron inspirados por el único Dios verdadero. Estas afirmaciones no fueron mantenidas en secreto o manifestadas en forma de intento o en titubeo, sino que fueron afirmadas públicamente, repetidamente y sin temor alguno.

Por ejemplo, solamente en el Pentateuco, cientos de veces es hecha la declaración de que Moisés estaba reportando lo que Dios le había dicho “cara a cara” (Éxodos 33:11; Números 14:14; Deuteronomio 5:2-5; 34:10). Los profetas bíblicos no fueron inspirados indirectamente a través de un ángel (como Mahoma y José Smith, dicen que ellos fueron) pero declararon qué ellos personalmente habían escuchado del Dios mismo. Así como Moisés, los otros profetas de Israel, desde Isaías a Malaquías, afirman esto cientos de veces. Más de 60 veces Ezequiel jura que “la Palabra del Señor” le vino a Él con el mandato para que tal Palabra fuera compartida con la humanidad. De la misma manera también ocurrió lo mismo con los otros profetas bíblicos.

En el libro de Job, el cual se cree que es el libro más antiguo de la Biblia, podemos ver los tópicos o temas como la redención, la resurrección y la Segunda Venida del Señor claramente expresados. Esto es hecho en armonía perfecta con todas las demás declaraciones o profecías de los demás profetas en el resto de las Escrituras por el subsiguiente período de tiempo de aproximadamente 1,600 años. Consideremos esta poderosa declaración:
 

“Yo sé que mi Redentor vive, y que al final triunfará sobre la muerte. Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos. Yo mismo espero verlo; espero ser yo quien lo vea, y no otro” (Job:19:25-27).


Aquí Job claramente declara que su cuerpo físico será resucitado, aún después que haya sido comido por los gusanos en la sepultura. Él también sabe que el Redentor, quien hace esto posible es el Ser Eterno, quien un día vendrá a la tierra y él (Job), en su cuerpo resucitado, verá al Dios infinito con sus propios ojos. Y también será igual para con nosotros. ¡Esta posibilidad es imponente, formidable, asombrosa hasta el punto que da temor y si fuera aún más real, podría transformar nuestras vidas!

¿Puede ser posible que el Redentor, que también es llamado el Salvador y a quien se refiere Job, sea el verdadero Dios? El no lo dice directamente, pero la implicación está allí. Así como los subsecuentes profetas, como Isaías, lo dice bien claro: “Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay ningún otro salvador... Vuelvan a mí y sean salvos, todos los confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay ningún otro” (Isaías 43:11; 45:22). Por lo que vemos, es que ¡Dios, el Creador de todo, es el Salvador quien se transforma en un hombre a través del nacimiento de una virgen y muere por nuestros pecados en la cruz! ¿Pero, es esto real? ¿Cómo puede ser esto posible?

Los profetas que vivieron después de Job, y que escribieron las Escrituras adicionales, y añadiendo detalle sobre detalle, nunca contradicieron lo que fue dicho anteriormente o lo que se dijo después. En muchos casos, la contribución de ellos ocurrió sin ni siquiera haber visto lo que previamente se había escrito, y el resultado de todo esto fue sin contradicción alguna. Si comparamos la Biblia con libros de otras religiones, vemos que no existen profecías en el Corán, en los libros hindúes, en las enseñanzas de Buda o Confucio, o en las escrituras de otras religiones, todas las cuales contienen muchas contradicciones. La Biblia es el único libro que contiene profecía, y eso es la gran prueba que lo separa y lo pone en otro nivel cuando se le compara con otros libros religiosos, pero al mismo tiempo, estas profecías, estas pruebas contundentes de la verdad, son pasadas por alto por la mayoría de maestros y apologistas.

La coherencia perfecta de la Biblia es nuestro enfoque presente y principal. La primera mención de la promesa del nacimiento por intermedio de una virgen del Redentor/Mesías/Salvador (llamado la semilla de la mujer) y su venida a la tierra, es encontrada en el pronunciamiento del juicio por parte de Dios cuando le habló a la serpiente que había engañado a Eva: “Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón” (Génesis 3:15). La rebelión causó la muerte de no solamente Adán y Eva pero también de todos sus descendientes, causando un abismo, una separación profunda, entre la humanidad y su Creador. Una reconciliación temporal fue otorgada con la muerte de animales sacrificados; primero con la muerte de animales para obtener la piel con la cual Dios cubrió la desnudez de Adán y Eva, cuando los echó del Jardín del Edén y les retiró Su presencia de ellos (Génesis 3:21-24); y después en la oveja que Abel, y presumidamente Adán y Eva, cuando ofrecieron como sacrificio para cubrir sus pecados hasta que el Mesías viniera y pudiera pagar la pena total (Génesis 4:4).

En Isaías, el misterio del Redentor se aclara aún más. Un bebé varón nacería, quien es ambos, el Hijo de Dios y Dios el Padre: “Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y llamará su nombre: Consejero Admirable, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6). El Hijo y el Padre son uno como dijo Jesús, “El Padre y yo somos uno” (Juan 10:30). El Eterno, nacería en Jerusalén (Miqueas 5:2). Iría a Jerusalén montado en un asno y sería proclamado como el Mesías (Zacarías 9:9), exactamente 483 años (Daniel:9:24-26), después que el mandato fue dado de restaurar a Jerusalén después de su destrucción ocasionada por Nabucodonosor. Tal edicto que fue dado por el emperador Artajerjes (Esdras:7:11-28) en el primer año de Nisan, 445 A.C. y el cumplimiento de ésta profecía, por lo tanto, tenía que ocurrir en Abril 6, en el año 32 D.C. En ése mismo día, que ahora celebramos como Domingo de Ramos, Jesús hizo Su ingreso triunfal a Jerusalén.

El tema del cordero, que comienza en Génesis como una promesa de la venida del Mesías, quien pagaría el castigo por los pecados de la humanidad, es progresivamente y coherentemente desarrollado por los profetas y apóstoles a través de toda la Biblia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. La liberación de Israel de la esclavitud en Egipto se hizo a través de la sangre del cordero de la Pascua. La promesa de la Redención a través de la venida de aquel quien moriría por nuestros pecados, continuó a través de los sacrificios levíticos. Su cumplimiento en el Mesías empezó a realizarse con la declaración acerca de Cristo de parte de Juan el Bautizador: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29) y vendrá a culminar con el enfoque celestial del cordero que murió por los pecados del mundo (Apocalipsis 5 y 6), y el eterno trono de Dios será revelado finalmente como “el trono de Dios y del Cordero” (Apocalipsis 22:1).

A pesar de la recibida entusiasta que tuvo Jesús en el primer Domingo de Ramos, los profetas también anunciaron que el Mesías sería inmediatamente traicionado por 30 monedas de plata (Zacarías 11:12, 13), sería rechazado por Su propia gente, y crucificado (Salmo 22:14-16). Esta profecía fue dada 500 años antes que se conociera la crucifixión. Los profetas declararon que tres días después el Mesías resucitaría de entre los muertos, se haría presente ante los discípulos por 40 días, y después ascendería al cielo.

Nadie puede hacerse pasar por el prometido Redentor sin haber cumplido todas estas y muchas otras profecías. No existen rivales que puedan mostrar sus credenciales mesiánicas. Estas profecías y muchas otras que fueron dadas en la Biblia para poder identificar, sin duda alguna, al Mesías, fueron cumplidas por un sólo hombre. Todas las profecías irrefutables y su cumplimiento prueban que Jesucristo, y Él solamente, es el Mesías. Y aún así muchos Judíos rehúsan hasta el día de hoy el aceptar a aquel a quien sus propios profetas anunciaron y se mantienen en incredulidad al igual que la mayoría de los Gentiles..

Cuando el evangelio fue predicado a sus contemporáneos Judíos después de la resurrección de Cristo, los apóstoles recitaron estos y otras numerosas profecías, que fueron dadas por adelantado para que así el Mesías fuera reconocido inmediatamente en Su propia tierra y por Su propia gente cuando vino a vivir entre nosotros. Ellos hicieron hincapié en todo aquello que Jerusalén ya sabía: que estas profecías, que fueron dadas cientos y a veces miles de años atrás con el propósito de identificar al Mesías, habían sido cumplidas en la vida, muerte, y resurrección de Jesús de Nazaret. Por dos mil años, estas realidades han sido los cimientos sólidos de la fe cristiana, que atestigua que Jesús de Nazaret, es realmente el Mesías de Israel, Salvador del mundo, crucificado por nuestros pecados, resucitado, estando ahora en el cielo, y que pronto regresará para rescatar a Su gente, para que esté con Él en la casa de Su Padre para toda la eternidad. Él también viene como el juez para castigar al que no se arrepiente, lo cual es una parte del evangelio que, muy a menudo, la gente pasa por alto.

Esta manera de predicar el evangelio fue el ‘modus operandi’ de los apóstoles (Hechos 17:2, 3); y todavía continúa siendo la mejor manera de compartir el evangelio hoy en día, aunque a veces es descuidado. Increíblemente, los cimientos proféticos del evangelio apenas son mencionados por la mayoría de pastores, predicadores y evangelistas. En vez de esto, las almas que están perdidas y que necesitan este evangelio puro, les son ofrecidas testimonios de celebridades y atletas y son invitadas a “dialogar”, como si la verdad fuera una comodidad que puede ser revisada o alterada para acomodar los gustos de la generación actual. La única “Escritura” que muchas almas necesitadas están recibiendo, son las de algunas “biblias” que han sido parafraseadas y alteradas, con el inevitable resultado que el pecado ha sido prácticamente eliminado, y al mismo tiempo estas “escrituras alteradas’ les dan ánimo a la rebelión de aquellos que insisten en tener un evangelio modificado para acomodar su incredulidad. ¡Dios no puede aceptar tal rebeldía!

Las Escrituras nos dicen que “no hay temor de Dios delante de sus ojos” (Salmo 36:1); Romanos 3:18). Esta acusación se aplica a muchos de los evangelistas de hoy en día y también a sus seguidores, a los que les están picando los oídos.. Si estos individuos creyeran verdaderamente en Dios, podríamos percatarnos de por lo menos una pizca de creencia en los ministerios y en las vidas de estos individuos, pero sabemos que tal creencia apenas si es reflejada en los ministerios y vidas de personas como Benny Hinn, Oral Roberts, Kenneth y Gloria Copeland, Pat Robertson, Robert Schuller (padre e hijo), etc. Ellos, y muchos otros como ellos, demuestran por lo que dicen y por lo que hacen, el desprecio y el desdeño hacia la eterna verdad de Dios. Su manera de vivir y de actuar de éstos individuos, nos prueba claramente que ellos realmente no creen en Dios o esperan ver a Jesús y dar cuenta a Él en el día del juicio final. El estar presente ante Dios y Cristo, cara a cara, en juicio no puede ser una posibilidad real para estos hombres y mujeres, o sino sus vidas reflejarían un temor santo que ahora está totalmente ausente.

Indudablemente, no solamente los no creyentes, pero sino un gran porcentaje de los llamados cristianos, no viven sus vidas con la expectativa, tal vez inminente como lo tenía Job, de estar preparados para estar presente ante Dios y al mismo tiempo el estar conciente de Él, como su santo y recto Juez. Al menos, por ahora no vemos esa ansia, ese deseo de parte de los que supuestamente se llaman cristianos. El ser arrebatados hacia el cielo en el día del Arrebatamiento, lo cual se supone que debería ser la “esperanza bienaventurada” (Tito 2:13) ansiosamente esperada por cada Cristiano verdadero, desdichadamente tal evento inevitable hoy en día es constantemente negado por la mayoría de los líderes evangélicos y sus seguidores. Casi todos los Presbiterianos, al igual que los Calvinistas de otras variedades, y aún aquellos que se supone que son los “Guardianes de la Fe” (como Hank Hanegraaff, quien dice cuidar la iglesia para que no caiga en error), están en contra de un Arrebatamiento inminente e insisten que la Iglesia ha reemplazado a Israel.

También, no cabe duda que existe numerosos evangélicos que predican la verdad bíblica, pero al mismo tiempo no lo demuestran con el comportamiento de sus vidas. La posibilidad de ver a Jesús, cuyos ojos son “como llamas de fuego” y a cuyos pies Juan, el discípulo que Jesús amó (Juan 13:2, 23; 20:2; 21:7, 20), cayó “como muerto” (Apocalipsis 1:17) debería despertar, debería suscitar el temor de Dios en nuestros corazones. Deberíamos de pensar en esto muy a menudo y temblar. Por una parte, la posibilidad de encontrarse uno en la gloria con Cristo, el cual nos ama tanto y que en una gran agonía sufrió por nuestros pecados, nos llena de entusiasmo, emoción y de gozo anticipado, pero al mismo tiempo nos debería llenar con asombro y con un temor que nos obligue a cambiar nuestras vidas. La pregunta que nosotros nos podríamos hacer ahora sería: ¿Qué tan a menudo nosotros pensamos en esta inminente posibilidad? Y la respuesta, nos atrevemos a anticipar, sería no muy a menudo o casi nunca. Esta realidad nos debería dar vergüenza.

La actitud irreverente y arrogante de muchos pastores y de sus seguidores es demostrada en su confidente y casual habladuría cuando estos individuos se refieren a “reunirnos y pasarla bien con Jesús” en el cielo, como si Él fuera un amigo más, en vez de reconocerlo como lo que es ¡el Creador del Universo! Él conoce cada uno de nuestros pensamientos, de nuestras palabras, de nuestras acciones y de nuestros motivos. Al final de cuentas, el estar presente ante nuestro Señor, al frente de Su Trono de Juicio, veremos revelado en la luz de su perfecta santidad, la oscuridad y lo negro de nuestros engañosos y perversos corazones (Jeremías 17:9,10). Él limpiará las lágrimas de vergüenza y remordimiento de nuestros ojos, para que nunca más sean recordadas, abrazándonos en Su infinito y eterno amor.

Esta asombrosa realidad de estar en el cielo, postrados ante Cristo y ante el Padre en Su trono, no nos afecta como debería hacerlo. Parece que eso fuera bastante lejos y a veces nos parece que no fuera real. Estas realidades a veces están oscurecidas por nuestra buena salud, la posibilidad de gozos de éste mundo, y la falsa ilusión que poseemos tiempo sin límite para poder disfrutar de todas estas atracciones que el mundo nos ofrece.

La esperanza de ser arrebatados de éste mundo en cualquier momento, si realmente se creyera, tendría un poderoso efecto purificante sobre nosotros. Mucho de lo que nos parece ser importante en nuestras vidas tan ocupadas, se verían reducidas a algo trivial si la luz de la eternidad brillara sobre ellas. Tomemos por ejemplo nuestra suprema ambición, nuestra codicia más irresistible, nuestro placer más grande, nuestra pasión más querida y tan pronto como le agregamos la muerte a éstos deseos, todo se reduce a la nada. Que triste es que recibimos esta sabiduría solamente cuando la muerte está a nuestra puerta y sabemos que es inevitable.

En el trono del Juicio final, donde todos nosotros debemos presentarnos... “Para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo” (2 Corintios 5:10), lo que se va a decidir no va a ser la salvación o el infierno, sino la recompensa o la pérdida. ¡Allí nosotros, la novia de Cristo, seremos dados túnicas blancas, inmaculadas, de rectitud para la ceremonia nupcial!

Aunque todos nosotros hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23), maravilla de maravillas, “el Dios de toda gracia (nos) llamó a Su gloria eterna en Cristo” (1 Pedro 5:10). La meta final de nuestro Padre no es solamente tenernos en el cielo sino transformarnos en la imagen gloriosa de Su amado Hijo. La gloria que Adán perdió, no tiene comparación con la gloria que los redimidos reflejarán como una exhibición constante ante el universo por toda la eternidad.

Esta transformación debe estar ahora en proceso en cada uno de nosotros. Nosotros estamos siendo realmente cambiados en Su imagen, de gloria en gloria. Nuestro progreso es, desdichadamente, muy lento porque “ahora vemos de manera indirecta y velada, como por un vidrio oscuramente; pero entonces veremos cara a cara” (1 Corintios 13:12). Mientras que nosotros lo observamos en nuestra fe, estamos siendo cambiados en Su imagen “por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18). El deseo más grande de David era “contemplar la hermosura del Señor” (Salmo 27:4). ¿Es ésa la pasión en el corazón de nosotros? Debería serlo.

Este poema fue encontrado en la Biblia de John Nelson Darby después que Cristo lo llamó a la eterna morada:
 

Postrado a tus pies, Señor Jesús,
Éste es el lugar para mí;
Aquí yo he aprendido grandes lecciones:
La verdad, que me dio la libertad.
Libre de mí mismo, Señor Jesús,
Libre de los caminos del hombre;
Cadenas de pensamientos que me ataban
Y que ya nunca me atarán otra vez.
Nadie más que Tú, Señor Jesús,
Conquistó ésta, mi voluntad rebelde,
Pero por Tu amor, que restringe
La rebeldía en mí no ha continuado.


Cuando veamos al “Señor de gloria” (1 Corintios 2:8) en gloria, “seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como Él es” (1 Juan 3:2). Por lo tanto, es nuestro fracaso, nuestra falla, el no ver a Cristo claramente mientras estemos aquí en ésta vida terrenal, y eso nos impide el ser transformados en Su imagen. Estamos siendo cegados por el mundo.

Un día muy pronto, sin embargo, ya sea por la muerte o por el Arrebato, el velo será quitado. Nosotros estaremos con Él y lo veremos realmente como es Él. Cuando ése claro entendimiento se despierte y se manifieste dentro de nosotros, entonces seremos realmente como Él. ¡Qué glorioso, eterno día, habrá amanecido por fin!

“CUANDO LO VEAMOS...”

Título en inglés: “When We See Him...”