EL AMOR DE DIOS – SEGUNDA PARTE | thebereancall.org

TBC Staff

Nosotros entendemos a través de la Palabra de Dios y la evidencia de lo que diariamente nos rodea, que el amor de Dios para cada uno es el mismo y que su amor para toda la humanidad es personal. El amor de Dios no es algún principio noble, algún poder cósmico inmutable que envuelve a las masas de la humanidad en su proceso inexorable. Dios ama a cada persona como un individuo y llama a todos los que responden a Su amor. Él anhela otorgar no sólo Sus bendiciones, sino también Él mismo, a todos los que sinceramente le buscan. Y Él solloza con profunda tristeza por aquellos que lo rechazan a Él y a Su amor. Al mismo tiempo, está permitiendo que Satanás reúna a sus discípulos y establezca su falso reino, mientras les da a los hombres la libertad de elegir a quién ellos servirán.

Sería erróneo, sin embargo, que nos imaginemos que porque Dios llora y anhela nuestro amor, que de alguna manera tiene necesidad de nosotros. Aquí nuevamente tenemos una diferencia entre el Dios de la Biblia y los falsos dioses de las religiones del mundo. Alá del Islam es de una sola entidad, que por lo tanto, estando solo no podría saber nada de amor o compañerismo o comunión, hasta que él hubiera creado otros seres. El brahmán del Hinduismo, que es el “todo”, no puede amar ni tener compañerismo, porque es impersonal y lo abarca todo. Por lo tanto, no puede haber una relación mutua (o del yo-tú). Por el contrario, el Dios de Israel se revela constantemente a través de toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, como un Dios compuesto por una unidad de tres personas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siempre han tenido un compañerismo, han amado y se han comunicado siempre al nivel espiritual y así no tenían necesidad de traer a otra criatura en tal existencia.  

Nosotros somos los que tenemos necesidad y nuestro problema es dar nuestra prioridad a menores e incluso falsas necesidades. Si amamos a Dios porque necesitamos Su protección y Su cuidado, entonces hemos perdido el gozo de amarlo por sí mismo o por lo que Él es. De hecho, nuestra gran necesidad es por Dios solamente. Todo lo demás es una bendición agregada. Incluso líderes Cristianos han sido engañados con la aceptación de la "jerarquía de necesidades" inventada por Abraham Maslow, uno de los padres del movimiento de la Nueva Era y un humanista ateo. Declaró que las menores necesidades del hombre como ser comida, ropa, refugio, etc., tenían que cumplirse en primer lugar y sólo entonces podría existir una apreciación de los valores éticos y espirituales más altos. Esta afirmación contradice las Escrituras ("Buscad primero el Reino de Dios....") e interfiere con la relación de amor que deberíamos tener con Cristo. Pero la enseñanza de Maslow ha infectado la iglesia, al igual que el veneno de la psicología.  

Piense en lo que uno quiere de la persona a quien ama. No son cosas, ni regalos, sino una comunión más cercana, más amor, en más íntimo compañerismo. De tal manera tenemos un gran deseo de complacer a quien ahora amamos con pasión. Se nos dice que Dios nos dará coronas y recompensas en el cielo. No es posible entender lo que eso significa, porque tenemos poca percepción de lo que cielo será para nosotros. Cualquiera que sea la recompensa, sin embargo, sabemos que cada una es una expresión de Su aprobación, una declaración que de alguna manera, lo hemos complacido, cuando Él otorgó Su gracia. Sabiendo ése sólo hecho es toda la recompensa que nosotros podríamos desear y nos dará un inmenso gozo por toda la eternidad. ¡Su anticipación debería darnos mucho gozo aquí y ahora!

No es raro que Cristianos se sientan desanimados y hasta deprimidos. En esos momentos parece imposible de creer (sabiendo que no hay razón en nosotros para que Él nos ame) que nunca Él podría estar satisfecho con nosotros.  Seguramente la eternidad nos traerá tristeza en lugar de recompensa debido a nuestro desdichado fracaso. Quisiéramos escuchar Sus palabras "bien hecho, buen siervo y fiel... tú entra en el gozo de tu Señor" (Mateo 25:23), pero tememos que nunca será así. Tal humildad del alma, que refleja la pura verdad de nuestra situación a excepción de Su gracia, sería natural en un Cristiano, pero en ésos momentos haríamos bien en recordar la increíble y reconfortante afirmación de las Escrituras:  

“Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1Corintios: 4:5)

¿No nos daría tal alabanza motivo para estar satisfechos con nosotros mismos y así imaginarnos que habría algo de valor en nosotros después de todo? Si fuera así,  esa actitud oscurecería la gloria de Dios y nos robaría del verdadero gozo celestial.  ¿Qué es ese gozo? No es algo que poseemos y que merezcamos Su aprobación y alabanza. Debemos estar siempre en un estado de maravilla, de asombro y de gratitud, el darnos cuenta que Él nos aceptará y nos convertirá en un gozo para Su corazón.   

Nunca seremos dignos del cielo o de Su amor. Un sentido de autoestima arruinaría todo, enfocando la atención y la gloria en nosotros mismos. Siempre seremos pecadores salvos por Su gracia y comprados con Su sangre, y Él     será siempre nuestro glorioso Salvador. Porque Él nos ha llenado con Su amor, nuestra pasión por la eternidad será siempre verlo exaltado y alabado y amarlo con toda la capacidad que Él provee. Su gozo eterno es bendecirnos con Él  mismo, es decir, con Su presencia.

Tal será la maravilla de los cielos. Que Él se complazca con nosotros nos traerá una alegría, más allá de la posibilidad de una compresión presente. El hecho de que cada hombre recibirá la alabanza de Dios no significa que cada uno será alabado de la misma manera o en el mismo grado. Cada taza rebosará de alegría, pero algunas tazas sin duda serán más profundas que otras. No habrá ninguna necesidad de reconocer estas diferencias, sin embargo, aún si fueran evidentes, tales comparaciones no tendría sentido en la beatitud del cielo. Todo lo que Él es, la infinitud completa de Su persona, estará igualmente disponible para todos.

David, quien conocía muy bien al Señor, nos dice el secreto de esa relación íntima que Él: "Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmo 27:4). No cabe duda alguna que el conocer a Dios y el experimentar la maravilla de Su amor era el intenso y continuo anhelo del corazón de David, como muchos de sus Salmos dan fe: "Dios mío, Dios mío eres tú: de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti…”  es la manera en que comienza el Salmo 63, y esta misma pasión se expresa en tantos otros.

A pesar del rechazo que experimentó por familiares y amigos durante la mayor parte de su vida, el corazón de David estaba lleno con el gozo del Señor, un gozo que lo fortaleció para las muchas pruebas que tuvo que soportar. También tenía una comprensión profunda del cielo y sabía que el gozo que experimentó, en parte durante su breve vida de fe, se lograría en toda su plenitud en ese lugar. Es la anticipación del gozo celestial y, sí, el placer intenso de la presencia de Dios que eleva nuestras esperanzas de esta tierra al cielo. En otro Salmo, David había escrito: "Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo: 16:11).

El apóstol Pablo indicó que en los últimos días los hombres serían "amantes de placeres más que amantes de Dios" (2 Timoteo: 3:4). ¡Qué tal acusación! Cómo nos desafía a reexaminar nuestras prioridades. Qué tan avergonzados vamos a estar que los miserables placeres de este mundo nos hayan cegado a los infinitos y eterno placeres que Dios ha "preparado para los que le aman" (1 Corintios: 2:9). ¡Qué negocio tan poco ventajoso el haber cambiado lo celestial por lo terrenal!  

La esperanza del regreso de Cristo tiene un efecto purificante sobre aquellos quienes lo están buscando. Hay una pureza de corazón que se requiere para ver a Dios (Mateo: 5:8). Jesús parecía enfocar ese punto cuando advirtió, "Pero si aquel siervo malo dijera en su corazón: Mi señor tarda en venir…” (Mateo: 24:48). Es significativo que nuestro Señor asocia maldad con regocijo en el pensamiento que se retrasará Su regreso, cuando el regocijo es producido por la expectativa de Su venida.  

Seguramente Él nos está mostrando la importancia de mantener la esperanza de Su regreso inminente, la recompensa que Pablo nos dice, será “una corona de Justicia” (2 Timoteo: 4:8). Otra vez, la implicación es que el no regocijarse ante Su aparición deja una abertura para que el mal invada nuestras vidas. Demuestra una falta de amor a nuestro Señor y el amor de nuestras propias ambiciones egoístas, las cuales serían interferidas o interrumpidas por Su regreso. Debemos pedir al Señor que examine nuestros corazones en este aspecto.

¿Hay cosas que queremos lograr, lugares que queremos ir, incluso victorias que queremos "ganar para Dios" que son más importantes para nosotros que el ser llevados por nuestro Señor a Su presencia eterna? Es la actitud de nuestro corazón que cuenta. "Si la esperanza que tenemos en Cristo” declara Pablo, "fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales”     (1 Corintios: 15:19). El gozo del Cristiano es que ha puesto su esperanza en el cielo. Él no está viviendo por este mundo ni haciendo sacrificios en esta vida para complacer a su Señor y para estar seguro de oír Su "bien hecho" en el cielo. La Biblia está llena de ejemplos de aquellos quienes, con el fin de agradar a Dios, dieron la espalda a honores y recompensas terrenales. Se regocijarán por toda la eternidad por esa decisión.

Tal es el mensaje de Hebreos 11, donde se da una lista de algunos de los héroes y heroínas de la fe y la descripción de sus hazañas. La característica excepcional de todos en esa lista de honor fue el hecho de que su última esperanza estaba en el cielo. Confrontados con la opción entre este mundo y el que va a venir, ellos eligieron el último. 

Dios no es deudor de nadie. La idea que muchas personas han de sufrir por Cristo y perderse en gran parte lo que este mundo da con el fin de agradar a Dios, es una caricatura inventada por Satanás. Es cierto que nadie, cuando llegue el momento de morir, lamente haber perdido placeres mundanos, tesoros u honores por haber servido a Dios. Y ¿cómo puede incluso aquellos quienes perdieron   posición y posesiones, fueron torturados, encarcelados, o asesinados por su fe, hayan retenido algún arrepentimiento, sabiendo que una recompensa eterna los esperaba? Pablo nos recuerda:

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). “Pues los sufrimientos  ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento” (2 Corintios 4:17).

Sabemos que como Su novia, nosotros quisiéramos ya estar con Cristo, y nos sentimos apenados que no amemos Su aparición como deberíamos. ¿Cómo podríamos despertar nuestro amor por Él? En primer lugar, tenemos que recordar que el amor no es simplemente un sentimiento que arrasa sobre nosotros y está más allá de nuestro control. Matrimonios entre Cristianos se quebrantan porque dicen que ya no se aman el uno al otro o que se “han enamorado” de otra persona. Eso no es amor en absoluto, sino una falsificación inspirada en Hollywood.

El amor implica un compromiso inquebrantable del uno hacia el otro, por lo tanto implica no sólo emociones, sino un acto de la voluntad. Cristo es nuestro ejemplo, y los maridos deben amar a sus esposas como Él amó a la iglesia. Un matrimonio como el de Cristo bien puede implicar sufrimiento, odio y abusos e incomprensiones y dar amor a cambio. Eso es lo que Cristo hizo, y ese es el tipo de amor que los maridos deben tener por sus esposas.

No sólo el amor requiere un compromiso fiel, sino que es un compromiso en respuesta al mandato de Dios: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lucas: 10:27). El amor, de hecho implica una profunda emoción, pero es ante todo una obediencia al mandato de Dios. Nosotros podemos amar a nuestros esposos o esposas o padres o suegras y hasta a nuestros enemigos, no importa cuánto mal pensemos que ellos nos hayan hecho. Implica simplemente el deseo de dejar que Dios fluya o derrame Su amor a través de nosotros.  

Cristo se ha comprometido con nosotros por toda la eternidad, y Él espera que hagamos el mismo compromiso con Él. Ese compromiso incluye el amar a otros si realmente lo amamos a Él, porque una falta de amor por nuestro hermano es, según la Escritura, prueba de que realmente no amamos a Dios (Juan 1: 4:20-21). Cuánto más la insistencia que no podemos amar a nuestra esposa o esposo o a nuestros padres sería una traición ya que, si ese es el caso, entonces, nuestro amor por Dios, no importa cuán enfáticamente lo profesemos, no es realmente genuino.  

Hay otro motivo para amar la aparición de Cristo. No es sólo que ansiamos verlo por nosotros mismos, pero también queremos verle glorificado en esta tierra donde ha sido rechazado durante tanto tiempo. Qué tragedia que "estaba en el mundo, el mundo fue hecho por él y el mundo no lo sabía" (Juan 1:10). Los corazones de quienes amamos a Cristo se afligen que este mundo, cegado por el orgullo, continúa su vida cotidiana edificando su utopía plástica en completa indiferencia por aquel quien anhela rescatarlo de una eternidad de horror que está trayéndose a sí mismo.

Si amamos a nuestro Señor, entonces queremos que Él se revele al mundo y que el mundo lo conozca por lo que Él es. Queremos verlo honrado y alabado donde fue rechazado. Anhelamos verlo reinando, ya que Su derecho es reinar, y queremos estar a Su lado, cantando Sus alabanzas, dirigiendo a los hombres a Él, quien es el amante de nuestras almas.

Nuestra relación con Cristo y con Dios a través de Él será para siempre una relación de un amor perfecto. Cuando lo veamos, nuestra fe y nuestra esperanza habrán dado lugar a la parte visual. Pero el amor, el regalo más grande de todos, permanecerá para siempre.

Él desea que nosotros estemos en Su presencia mucho más que nosotros deseemos estar allí. Él nos ama con un amor que nunca nos dejará ir. Y porque Él ha capturado nuestro afecto, estaremos eternamente obligados por amor a Él, un amor que fluye no sólo a nosotros de Dios, sino que con corazones redimidos regresará ese amor hacia Él con una pureza y un gozo que será Su regalo eterno.

Las señales que Su regreso está cada vez más cercano están hoy en el mundo como nunca antes.  La iglesia dormida puede agitarse pronto con ese grito de que Cristo habló en la parábola, que es difícil de entender, pero que bien podría cumplirse en nuestros días: “Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor, ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mateo 25:5-6).    

Título en inglés: “The Love of God” – Part Two