ELIGIENDO LA VOLUNTAD DE DIOS | thebereancall.org

Dave Hunt

Publicado por Primera vez en Mayo  de 1991 

Durante la tentación en el desierto, Satanás le ofreció a Jesús "todos los reinos del mundo..." y la gloria de ellos (Lucas 4:5-6). Él no estaba engañando. Este mundo realmente es de Satanás y él puede dárselo a quien él quiera. Jesús no disputa la jactancia de Satanás que este mundo había sido "entregado a mí (por Dios); y a quien yo se lo doy”. Las condiciones en que Satanás ofrecía este mundo a Cristo eran claras: "Si te postras y me adoras" — que, por supuesto, Jesús se negó a hacer. ¡Hay que tener mucho cuidado! Ya que los reinos y la gloria de este mundo son todavía los favores que Satanás usa para atraer a la gente vulnerable, con el propósito de engañarlos y para que lo adoren a él.

Como su Señor, los verdaderos seguidores de Cristo rechazan los reinos y la gloria de este mundo. Este rechazo incluye el muy promocionado Nuevo Orden Mundial, que estará bajo el control de Satanás. Cristo ha prometido al creyente algo mucho mejor: un reino eterno y celestial adquirido a través de Su derrota de Satanás en la Cruz. Como resultado de esa victoria, "Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo" (Apocalipsis 11:15).  Los reinos terrenales muy pronto dejarán de existir, y en su lugar el Reino de Dios vendrá a la tierra. Entonces Cristo, junto con quienes han compartido Su rechazo y Su sufrimiento (Hechos 14:22; Romanos 8:17; 2 Timoteo 2:12), reinarán en gloria y con gozo finalmente y para siempre.

Sería una negación de parte de los Cristianos a su Señor en disfrutar la popularidad y honores que este mundo presente les pueda otorgar. Eso no quiere decir que un Cristiano nunca debe ser exitoso en los negocios, en la ciencia, en el mundo académico, deportes, etc. De hecho, los Cristianos deben ser lo mejor que puedan ser en lo que hacen. Pero su habilidad, talento y esfuerzos deben ser usados para la gloria de Dios, y no para su propia vanagloria. Este mundo no tiene ningún atractivo para los creyentes; ya que ellos no deben sucumbir a lo que este mundo ofrece ni a sus halagos. No deben ser influenciados o desviados en el camino que ya han trazado (1 Corintios 9:24-27; 2 Timoteo 4:7-8) ya sea por la crítica del mundo o por sus elogios. Ellos saben que al final nada importa salvo, la opinión de Dios.  

Se nos advierte, "No améis el mundo, ni las cosas que están en el mundo.  Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2:15). Satanás es llamado "el dios de este mundo" (2 Corintios 4:4), y aquellos quienes aman a este mundo se están alineando y honrando a Satanás, dándose cuenta o no.  De hecho, ya ellos están en el camino a la adoración a Satanás, que va a ser la religión mundial durante la Gran Tribulación (Apocalipsis 3:4). Una prueba evidente que el Cristianismo ha sido seducido por Satanás es el hecho de aquellos quienes son altamente honrados por el mundo (y basados solamente en este hecho), también son halagados y son dados un honor especial de parte de la iglesia.  Los

medios de comunicación Cristianos adulan y lisonjean a estas personas,  ya sea este un héroe deportivo, una actriz atractiva, un acaudalado hombre de negocios o un político en alto cargo,  que supuestamente se ha convertido al Cristianismo. Estos supuestos nuevos creyentes elogiados por el mundo, careciendo de madurez, son desfilados, expuestos y elogiados en la televisión Cristiana y ellos son presentados ante la iglesia como héroes de la fe y modelos ejemplares para la juventud - y Cristianos los admiran con expresiones de  "ooh" y "aah" cuando escuchan sus testimonios. Pero el misionero humilde, piadoso, maduro en la fe, que ha permanecido fiel a Cristo a través de décadas en dificultades, privaciones, tentación y peligro, y que ha ganado almas en campos difíciles del trabajo, apenas puede atraer una pequeña audiencia. Obviamente, el Cristiano común y corriente admira más lo que el mundo llama éxito, que aquello realmente piadoso y espiritual. ¡Aquí hay algo distorsionado!

Jesús dijo a sus discípulos, "Si fueran del mundo, el mundo los querría como a los suyos.  Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los he escogido de entre el mundo.  Por eso el mundo os aborrece" (Juan 15:19). Así pues, a Pilatos, Jesús declaró, "mi reino no es de este mundo" (Juan 18:36). Él no quiere decir que Su reino es totalmente independiente de esta tierra, sino que no es de éste sistema mundial. De hecho, está en completa oposición al mismo. Este sistema mundial presente (incluyendo el nuevo orden mundial), pertenece a Satanás y debe ser destruido, para que el Reino de Dios se pueda establecer.  

Cristo vino a "destruir las obras del diablo" (1 Juan 3:8), lo cual lo logró en la Cruz (Juan 12:31-33). Tal es Su propósito para todos quienes lo han recibido como Señor y Salvador. Las obras de Satanás en nuestras vidas o participación en ellas y cualquier complicidad con este mundo, deben ser destruidas, si Cristo va a reinar dentro de nosotros. Este objetivo puede realizarse sólo a través de la obra de Su cruz,  aplicado a la vida cotidiana de cada creyente, en el poder del Espíritu Santo. Solamente entonces el amor de Dios y Su voluntad y el carácter de Cristo puede manifestarse en el corazón y en la vida de una persona.  

El que no es salvo ama este mundo. En contraste, los Cristianos no aman el mundo; ellos aman al Padre. Somos ciudadanos del cielo, "de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo: el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya..." (Filipenses 3:20-21). En lugar de tratar de dejar nuestra marca en este mundo y disfrutar de sus beneficios y placeres, nosotros buscamos agradar al Padre, porque deseamos una recompensa eterna y celestial. 

La opción que enfrentamos, como muchos se imaginan, no es entre el cielo y el infierno. La elección es entre el cielo y este mundo. Hasta un tonto cambiaría el infierno por el cielo; pero sólo el sabio cambia este mundo por el cielo.  No se puede tener ambos. Uno no puede vivir para Dios y para sí mismo. A muchos de los que se llaman Cristianos,  les resulta difícil resistir las tentaciones de este mundo y vivir enteramente para Cristo.

¿Por qué debe ser tan difícil elegir la vida en lugar de la muerte, el gozo en lugar de la tristeza, eterno éxito espiritual en vez de remordimiento, la verdad de Dios y el amor, en vez de las mentiras de Satanás y deseos destructivos? La elección sólo es difícil para aquellos que son engañados por Satanás, y que por lo tanto, al creer en este mentiroso, dudan y deshonran a Dios. ¡Qué insulto es al Padre celestial cuando los Cristianos actúan como si el servir a Dios fuera un gran sacrificio - ¡cómo si el cambiar este mundo por el cielo fuera un mal negocio!

Motivación es un elemento clave. Una de las motivaciones de gran alcance viene a ser comparar la longitud de la eternidad con la brevedad de la vida terrenal. Sólo un tonto cambiaría lo que es eterno y celestial por lo que es terrenal y temporal, recuerden, no podemos tener ambos. Los llamados "Cristianos" que viven habitualmente por lo que pueden ganar y disfrutar en este mundo, en lugar de "hacer tesoros en el cielo" (Mateo 6:19-21), niegan con sus vidas la fe que profesan con los labios.

Aquellos que en sus vidas diarias optan por este mundo en vez del cielo no deberían sorprenderse cuando Dios les entregue en la eternidad la elección que hicieron. ¿Cómo puede uno quejarse si no es llevado al cielo para pasar la vida eterna, si fue el cielo el cual él o ella rechazó es esta vida? Alguien ha dicho que hay sólo dos clases de personas en el mundo: aquellos que le dicen a Dios, "que no se haga mi voluntad sino la tuya" y aquellos a quien Dios le dice, "que no se haga mi voluntad sino la tuya". Qué gran tragedia será el estar encadenado a la voluntad propia y no a la de Él - ¡estar siempre encarcelado con uno mismo y estar eternamente separado de Dios! 

La declaración de Cristo al Padre, "no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lucas 22:42)   lo puso en la Cruz. Nosotros también debemos negarnos a nosotros mismos en sumisión a la cruz (Mateo 16:24). Al hacer esto damos un punto final al uno mismo, y Cristo se convierte en nuestra propia vida, nuestro todo. Este es el camino de la sabiduría (Job 28). El sabio "brillará ... como las estrellas para siempre" (Daniel:12:3) con Su luz en sus corazones; vasos puros irradiando eternamente de Su gloria.  Los necios heredarán la negrura de la oscuridad para siempre, porque insistieron en hacer su propia voluntad y son ahora seres caídos. El destino del hombre es gozo eterno en la presencia de Dios y de Sus ángeles y Santos o una agonía eterna y solitaria, encerrado en uno mismo.

William Law expresó con rara y excepcional claridad la elección entre el cielo y este mundo. Señaló que un hombre se consideraría insano o demente, si pasara toda su vida planeando su casa, cancha de tenis, piscina, casa para la jubilación, etc., en el planeta Marte, pero alguien que pasa su vida igualmente absorbido en planificación, llevando a cabo sus proyectos, y disfrutando de las esas cosas en este mundo, a ése hombre se le respeta y se le considera como una persona prudente. En realidad, dice Law, ¡ambas personas son tontas!  La primera está obsesionada con un mundo donde él no puede vivir— mientras que el otro se une a un mundo donde él no puede permanecer. El grado de locura se diferencia solamente por unos pocos años.

Jim Elliot, misionero joven martirizado en Ecuador en 1956, lo puso sucintamente: "No es tonto quien renuncia a lo que no puede guardar para ganar lo que no puede perder." ¡Qué tragedia el rechazar la vida eterna por los placeres de éste mundo.  La Biblia no dice que el pecado no produce placer; lo que dice es que los placeres del pecado solamente pueden disfrutarse "por una temporada" (Hebreos 11:25) - y por una temporada muy corta, comparada con el tiempo infinito en la eternidad. ¡Indudablemente elegir lo temporal es un muy mal negocio!

La frase "vida eterna" se refiere no sólo a la cantidad de la vida que Dios ofrece, sino a su calidad, una calidad de vida que Dios quiere que comencemos a experimentar aquí y ahora. Jesús dijo que la vida eterna es conocer personalmente a Dios (no en conocer acerca de Él) y a Su hijo ( Juan 17:3). Pablo advirtió que Cristo un día tomaría venganza sobre aquellos que "no conocieron a Dios" (2 Tesalonicenses 1:8). En concordancia con la verdad de estas y otras escrituras similares, los evangélicos dicen que no practican una religión acerca de Dios, pero que tienen una relación personal con Dios. Lamentablemente, esta declaración se ha convertido en casi un cliché: suena bien en teoría, pero muy a menudo existe poca evidencia práctica por lo que se ve en la vida diaria del cristiano. 

Reconociendo que la eternidad es infinitamente más larga que la esperanza de vida más optimista, esto nos proporciona una poderosa motivación para vivir para Él (y así elegir el cielo en lugar de este mundo). Pero conocer verdaderamente a Dios nos proporciona una motivación aún más poderosa.

El conocer a Dios nos lleva a la santidad. Cuando Él se convierte en una pasión consumidora, desplazando todos los demás deseos y superando el poder del pecado en nuestras vidas. Su presencia dentro de nosotros es suficiente para satisfacer todo anhelo. Porque el conocer a Dios es amarlo, y no hay mayor motivación para la obediencia a Sus mandamientos que el amor. De hecho, no se acepta ninguna otra motivación. No es casualidad que el primer mandamiento es, "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deuteronomio 6:5).

Obediencia a las leyes de Dios debe surgir del amor por Él. De lo contrario, obedecer la letra de la ley es nada (1 Corintios 13:1-3). Podríamos dar todas nuestras posesiones a los pobres y someternos al martirio en la hoguera por el nombre de Cristo, pero si nuestra motivación no es amor, todo sería en vano. Cristo declaró, "El que me ama, mi palabra guardará ... El que no me ama, no guarda mis palabras" (Juan 14:23-24). 

El amar a Dios es el secreto de la vida Cristiana. Si realmente lo amamos, entonces nosotros queremos servirle, complacerle y glorificarle. No queremos hacer nada o ni siquiera tener un pensamiento que podría desagradarle o deshonrarle.  Un amor genuino para Dios— y sólo ese amor — produce constante santidad y piedad en la vida cotidiana. El amor es también la gran fuente de alegría y paz. Nos hace estar consientes de los perdidos entre nosotros y así poder testificar, acercándonos con fervor y sin avergonzarnos. Porque ¿quién se avergonzaría de alguien que lo ame? Es más ¿quién no quiere hablar bien, confiado y en todo momento de aquel uno ama?

¿Donde podremos encontrar este amor que debemos tener para con Dios, y sin el cual no podríamos complacerlo?  Ese amor no está escondido en algún lugar en nuestros corazones esperando ser descubierto. Ni tampoco es un potencial que tenemos y que solamente necesita ser desarrollado. Nosotros no podemos hacerlo funcionar. Tampoco puede ser producido por esfuerzo. Este amor no está en ninguno de nosotros. Aunque involucra nuestra voluntad y nuestras emociones, este amor viene solamente de Dios.  

Entonces, ¿cómo se produce este amor? El amor es el fruto que el Espíritu produce en nuestras vidas (Gálatas 5:22). Es tan milagroso, como la fruta de un árbol, algo que sólo Dios puede producir. Sin embargo no somos como un árbol, que no tiene voluntad o emociones. Obviamente, mucho más está implicado cuando el Espíritu da fruto en la vida del creyente que lo que está involucrado en los frutos de la naturaleza. Su amor es la clave.

"Le amamos porque él nos amó primero" (1 Juan 4:19). Esto nos dice que nuestro amor por Dios viene como respuesta a Su amor por nosotros. Sabemos de Su amor a través de Su Palabra. Nuestros corazones se regocijan cuando creemos lo que la Biblia nos dice de Su amor al crearnos, dando a Su hijo a morir por nuestros pecados, soportando pacientemente nuestro rechazo, perdonándonos y salvándonos de la pena que exige su ley Santa por nuestro pecado, proporcionando el cielo a un costo infinito.  Seguramente meditar sobre el amor de Dios nos debe producir, por Su espíritu, ferviente amor por Él.

Sin embargo, es mucho más que leer, memorizar y creer lo que nos dice la Biblia acerca de Dios y de Su amor. Jesús reprende a los fariseos por escudriñar las Escrituras y al mismo tiempo negarse a acudir a Él, aquel de quien las Escrituras atestiguan. Lo que dice la Biblia acerca de Dios está allí para llevarnos a una relación personal con Él. Debemos conocer no sólo Su palabra, sino también debemos tener una relación personal con Él. Hay una intimidad con Dios que es prometida para aquellos que le aman y por lo tanto le obedecen, una intimidad que falta en las vidas de muchos Cristianos.

Aquellos que lo aman y obedecen, Cristo les ofrece una increíble y maravillosa promesa: "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él" (Juan 14:21). Esta promesa ha de manifestarse a sí mismo a los que le aman e implica una comunicación real de Su presencia. Esto es más que una firme creencia de que Él está con nosotros. Es una manifestación espiritual de Su presencia.

Esta comunión íntima comienza al momento de la conversión con una comunicación real del Espíritu de Dios al espíritu del creyente. El Espíritu de Dios "da testimonio con nuestro espíritu que somos hijos de Dios" (Romanos 8:16). No es simplemente insertar el nombre de uno en Juan 3:16 y aceptarlo "por fe".  Es el conocer a Dios, con un conocimiento tan real que nos da la seguridad que somos Sus hijos, y nos induce a una continua comunión con Él en oración. Esto no requiere visualización, escribir un diario o cualquier técnica, sino una intimidad que Él ha iniciado y que promete mantenerla con aquellos que le aman y le obedecen. 

La mayoría de la gente, Cristianos incluidos, aprovecharían la oportunidad de ser amigo íntimo y confidente de algún líder mundial, tal vez un astronauta, campeón de deportes, el jefe de una corporación multinacional o un famoso cardiocirujano. ¡Cuántos, sin embargo, descuidan la infinitamente más maravillosa oportunidad de conocer al Dios que creó el universo, para tener comunión íntima y continua con el que tiene todo poder, toda sabiduría, todo conocimiento, y que nos ama infinitamente! Como con cualquier otra persona, la compañía con Dios debe ser cultivada. Toma tiempo. Y sólo dedicaremos el tiempo, si realmente creemos que podemos conocer a Dios y que vale la pena.

"(Dios) es galardonar de los que le buscan (no éxito, placer, salud o riqueza, sino Él)" (Hebreos 11:6). Dios dijo a Abram: "yo (no tierras o ganado u otras posesiones que te daré   sino yo) soy tu escudo, y tu galardón será en sobremanera grande" (Génesis 15:1). Dios nos quiere recompensar con Él mismo. No debemos estar a la espera de una simple recompensa, en vez del Proveedor. Debemos diligentemente buscar esta comunión íntima con Dios, que Él mismo desea para cada uno de nosotros. Digamos al igual que David, "De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti" (Salmo 63:1); y con Pablo, "a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte" (Filipenses 3:10). Que el conocer y el amar a Dios sea nuestra pasión, como lo fue para ellos.