PROSIGIENDO HACIA LA META | thebereancall.org

Dave Hunt

Pablo era un hombre de ferviente oración, con una lista aparentemente interminable de seres queridos en su corazón. A los creyentes en Roma, incluso antes de haber estado allí, Pablo escribió:   “sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones” (Romanos 1:9). Del mismo modo, a aquellos en Éfeso a quienes conocía bien, "no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones” (Efesios 1:16).

El número de creyentes que mencionó por su nombre en sus epístolas y por quienes oró diariamente apoyó su declaración: "y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.  ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Corintios 11:28-29).

Por supuesto, las oraciones de Pablo expresaban mucho su deseo que Dios proveyera para varios creyentes. Sin embargo, lo primero y más importante en su corazón era una pasión que tenía por todos los creyentes en todas partes y en cada momento de la historia, y eso nos incluiría hoy. Lo expresó de varias maneras en sus epístolas. Aquí está en su oración por los Efesios:

"para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,  y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,  la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos” (Efesios 1:17-20).

Pablo quería que los creyentes de todas partes conocieran y entendieran el final propósito eterno de Dios para ellos. Su oración no era que este propósito se lograra un día en la eternidad. No había duda de eso, ni la oración de Pablo podía desempeñar ningún papel en su realización final. Dios ya ha determinado lograr esta meta para cada cristiano sin duda alguna, y lo haría por el mismo poder con el que Cristo resucitó de entre los muertos. El hecho que se realizará para cada cristiano verdadero es tan cierto como nuestra salvación. ¿Por qué, entonces, oró Pablo? Lo hizo para que nosotros aquí y ahora en esta vida presente conozcamos y entendamos "la esperanza de Su llamamiento (de Dios)".

¿Cuál es esta esperanza? Y sin lugar a dudas se realizará por la eternidad en gloria, no importa lo que hagamos o dejemos de hacer, ¿por qué es tan importante que lo entendamos con anticipación? Aquí encontramos uno de los elementos claves en una vida victoriosa de fecundidad para la gloria de Dios y plenitud del gozo de Cristo y el nuestro.

Los Apóstoles entendieron bien esta esperanza. Pablo declaró que "nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:2). Este pasaje y muchos otros dejan claro que "la gloria de Dios" no es sólo algo que nos rodeará en el cielo, sino que se revelará en nosotros: "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). Él lo llama un "misterio que ha estado oculto desde siglos y generaciones, pero ahora se manifiesta a sus santos" (1:26). El hecho de que esta "gloria" prometida es futura y aún no se ha visto es igualmente claro: "Porque en esperanza fuimos salvos; pero “la esperanza que se ve, no es esperanza . . . Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romanos 8:24-25).   

Pablo se refirió a "la gloriosa aparición del gran Dios y nuestro Salvador Jesucristo" como "esa bendita esperanza" (Tito 2:13). ¿Cómo se relaciona eso con "la esperanza de nuestro llamamiento"? ¿Por qué sería especialmente bendecida la esperanza de que Cristo se apareciera por fin a los suyos, en gloria?

No miremos a nuestro propio razonamiento y especulación al tratar de entender la esperanza final del Cristiano. Escudriñemos las Escrituras, y cuanto más profundamente entendamos, más claramente vemos que la Biblia es realmente la Palabra del Dios verdadero y viviente, una carta de amor integrada a la humanidad desde Génesis hasta Apocalipsis.

"En el principio creó Dios el cielo y la tierra..." En el sexto día, "creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).   Esa declaración no tiene nada que ver con el cuerpo físico del hombre o mujer, porque "Dios es un Espíritu" (Juan 4:24). Solo podemos concluir que el hombre fue hecho a imagen espiritual de Dios para manifestar al universo las bellezas del carácter santo de Dios: Su amor desinteresado, compasión, gracia, gentileza, paciencia, santidad y pureza moral, así como el poder de elección. Esto último, por supuesto, era esencial para que el hombre amara a Dios y a sus semejantes, ¡pero ese poder, necesariamente, abrió la puerta para que el hombre eligiera por su propio albedrío en vez que por su Creador!   

En una rebelión irracional e incomprensible de parte de Adán contra el Dios a quien debía su propia existencia, el Ser (es decir, el “yo” autónomo tomó lugar como un “dios”) tuvo su horrible nacimiento y en asociación con Satanás ha estado tratando de hacerse cargo del destino de la humanidad desde entonces. Las batallas se libran dentro y fuera de cada “ser individual”, compitiendo no solo con Dios sino con todos los demás “seres individuales” por la supremacía: conflicto entre esposos y esposas, hijos, hijas y hermanos, padres e hijos, en una cacofonía de "Yo, Mi  y Mi mismo”.

En el momento en que el hombre se rebeló, el Espíritu de Dios se apartó del espíritu del hombre, y la imagen de Dios en la que el hombre había sido creado se hizo añicos. El yo fue abandonado a la infeliz soledad de su loco orgullo. ¡Imagínese gusanos jactándose de su poder y gloria y uno puede darse cuenta   de la lamentable criatura llamada hombre, sumida profundamente en el pecado, exhibiendo su autoimagen positiva y su autoestima ante el trono de Dios!

Jesús declaró que la única esperanza para cualquier hombre era "negarse a sí mismo (ese Ser malvado nacido en el Edén), y tomar su cruz (individual), y seguirme" (Mateo 16:24-26; Marcos 8,31-34; Lucas 9:23). Desafiando el mandato de nuestro Señor, la psicología cristiana (que es confiadamente buscada como guía por casi toda la iglesia evangélica) declara que la gran necesidad del hombre es, en cambio, nutrir y apreciar su ser.

Rechazando el mandato de Cristo, la iglesia evangélica ahora sigue a los psicólogos cristianos, que se han convertido en el nuevo infalible sacerdocio. Han traído a la iglesia evangélica la sabiduría necia del mundo (1 Corintios 1:20) con la excusa de que "toda verdad es verdad de Dios".  Ese mantra confunde meros hechos de lógica o ciencia con "la verdad" que se encuentra solo en "la palabra de verdad" (Salmo 119:43; 2 Corintios 6: 7; Efesios 1:13; Colosenses1:5; 2 Timoteo 2:15; Santiago 1:18), que es lo único que "os hará libres" (Juan 8:32).

En lugar de negarse a sí misma, la "psicología cristiana", pensando que puede mejorar la Palabra de Dios que es infalible, inalterable y totalmente suficiente, usa teorías de ateos anticristianos quienes miman o sobornan al “Yo rebelde” con la oferta de "autoestima, amor propio, auto aceptación, autoimagen, superación personal, autoafirmación" y todos los demás egoísmos. Bruce Narramore admite que estas teorías no se encuentran en "la palabra de verdad", pero los psicólogos cristianos las han tomado prestadas de humanistas que desafían a Cristo:

Bajo la influencia de psicólogos humanistas como Carl Rogers y Abraham Maslow, muchos de nosotros los Cristianos hemos comenzado a ver nuestra necesidad de amor propio y autoestima. El cual es considerado un enfoque bueno y necesario.

El ministerio de James Dobson fue originado y desarrollado sobre este mismo fundamento humanista. Lo hemos citado diciendo que la psicología cristiana es una buena carrera a la que cualquier joven Cristiano pueda aspirar, "siempre que su fe sea lo suficientemente fuerte como para resistir el humanismo al que estarán expuestos". Así que la iglesia evangélica, bajo la influencia de los psicólogos cristianos, se ha reducido a depender de humanistas para la instrucción sobre cómo proporcionar consejos morales y espirituales esenciales, que el Espíritu Santo de alguna manera no pudo incluir en la Palabra de Verdad, a pesar de que afirma darnos "todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad" (2 Pedro 1: 3).

¿Cómo pueden tantos Cristianos desviarse de la clara enseñanza de las Escrituras a las mentiras de Satanás? Hay una ignorancia generalizada de la Palabra de Dios en la iglesia evangélica. Aún peor es el afán de seguir al mundo con desprecio despectivo de lo que la Biblia enseña inequívocamente. Gran parte de la culpa debe ser puesta en los psicólogos cristianos, que han tomado el liderato en esta rebelión. El efecto está en todas partes. Robert Schuller (quien durante años tuvo la mayor audiencia televisiva cada domingo por la mañana), en un libro con una introducción de su mentor, el hereje Norman Vincent Peale, desafía audazmente a Dios:

“El amor propio es un sentido supremo de autoestima. Es una emoción ennoblecedora de autoestima... una fe permanente en ti mismo. Es una creencia sincera en ti mismo. Viene a través del autodescubrimiento, la autodisciplina, el auto perdón y la auto aceptación. Produce autosuficiencia, confianza en sí mismo y una seguridad interior, tranquila como la noche”.

El “yo” ha tomado el lugar de Dios. Lamentablemente, la creencia engañosa de que los humanistas puedan enseñarnos cómo aconsejar usando la Biblia usando  técnicas psicológicas es ampliamente aceptada entre los evangélicos de hoy. Los líderes de la iglesia están llevando a sus rebaños a una falsa enseñanza tras otra (desde la búsqueda ávida de "señales y prodigios" hasta el crecimiento numérico sacrificando la sana doctrina). Muchos de estos errores han sido expuestos en estas páginas. Una vez más, el Yo, inflado por la psicología cristiana, es el culpable. Jesús dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). La Escritura no será entendida ni la sana doctrina valorada y defendida mientras el “Ser” no haya sido negado en rendición a la voluntad de Dios.

En nuestras vidas, necesitamos a Dios. Necesitamos el Espíritu Santo. Necesitamos a Cristo como nuestra vida misma, permitiéndole restaurar y expresar a través de nosotros la imagen de Dios en la que fuimos creados. Hemos olvidado el cielo y nos hemos enamorado de este mundo, viviendo nuestras vidas como si los únicos planes que Dios tiene para nosotros pertenecieran a ésta tierra. Sí, algunas de nuestras obras parecen buenas y espirituales: predicar el evangelio, repartir tratados, escribir libros Cristianos y hacer películas Cristianas, construir organizaciones misioneras, iglesias más grandes y universidades Cristianas, hacer obras de caridad, y así sucesivamente, manteniéndonos tan ocupados sirviendo al Señor que apenas podemos encontrar tiempo para amarlo y adorarlo.

Creyendo la mentira de que uno puede llegar a adquirir una “mente tan celestial” hasta el punto de no valorar "ningún bien terrenal" (seguramente Cristo fue el hombre de mente más celestial que jamás haya vivido, ¡pero también fue el más bueno terrenal!), hemos perdido la visión de "la esperanza de su llamado". No minimizo la lujuria, la auto indulgencia, la trampa del pecado, la falta de oración, el descuido del estudio de la Biblia, el abandono de la comunión cristiana y la carnalidad que es rampante hoy entre aquellos que afirman ser evangélicos nacidos de nuevo. Estas fallas, sin embargo, son fácilmente reconocidas por cualquiera que conozca al Señor y tenga un mínimo de conciencia.

Sin embargo, es un error garrafal imaginar que la victoria sobre estos pecados viene a través de estar "ocupado haciendo obras para Dios". No importa de qué manera estemos "destituidos de la gloria de Dios," el problema es el mismo: hemos perdido “la visión” (o tal vez nunca entendimos) lo que Pablo dice que es "la esperanza de nuestro llamado".

Tal vez nadie sirvió a Cristo tan sinceramente como Pablo. Considere cuidadosamente la explicación que nos da Pablo acerca del secreto de su vida: "Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 13-14). Pablo entonces exhorta: "Sed imitadores de mí…” (3:17). ¿Cuál es este premio por el que todos deberíamos estar presionando, como lo hizo Pablo?

Claramente, no es un premio individual otorgado a un "ganador" en competencia por sobresalir a otros. El premio es "el alto llamamiento de Dios en Cristo Jesús" mismo que Pablo deseaba que todos los Cristianos entendieran y presionaran. ¡Este "alto llamado" es la razón por la cual Cristo murió y resucitó por nosotros! Pedro explica que "el Dios de toda gracia... nos ha llamado a su gloria eterna" (1 Pedro 5:10). Estar por debajo de esa gloria es la definición bíblica del pecado (Romanos 3:23). La restauración de esa gloria está totalmente asegurada en la eternidad para cada verdadero discípulo de Cristo, sin embargo, debemos buscarla incluso ahora. ¡El dejar todo lo demás a un lado para lograr esta meta fue el secreto de la extraordinaria vida de Pablo!

De Cristo está escrito: "“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2). Ese gozo era doble: saber que Él había cumplido fielmente lo que el Padre le había dado para hacer; y "trayendo muchos hijos a gloria" (Hebreos 2:10) a Su misma imagen. La "esperanza de su llamado" es la alegría puesta ante nosotros: la alegría de finalmente llegar a ser plenamente todo lo que el corazón de amor del Padre desea para nosotros, para que Cristo "Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento” (Isaías 53:11).

La "esperanza de su llamado" está bellamente expresada en este antiguo himno (extraído aquí) escrito por John Nelson Darby, uno de los fundadores de los llamados "Hermanos de Plymouth" a principios de la década de 1830: 

¿Y es así? ¿Seré como tu Hijo? ¿Es esta la gracia que Él ha ganado para mí?

Padre de Gloria (pensamiento más allá de todo pensamiento), ¡En gloria a Su propia semejanza bendita traída!

Oh Jesús, Señor... ¡Yo mismo soy el premio y ha costado el trabajo de Tu alma! ¡Sin embargo, debe serlo!

Tu amor no tuvo su descanso y no fueron redimidos contigo, sino completamente bendecidos.

Ese amor que no da como el mundo, sino que comparte todo lo que posee con sus amados coherederos.

Ni yo solo: Tus seres queridos todos, completos, en gloria alrededor de Ti, allí con gozo se encontrarán;

Todo... para tu gloria como tú, Señor: objeto supremo de todos, y por todos adorados...

El corazón está satisfecho, no puede pedir más: todo pensamiento de sí mismo es ahora, para siempre ha terminado.

Cristo, su Objeto sin mezcla, llena el corazón: en el amor de adoración bendita su parte infinita.

Padre de Gloria, ¡en Tu presencia resplandeciente todo esto se desplegará en la luz!

El ángel Gabriel le dijo a Daniel: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel:12:3). Juan explicó cuándo y cómo ocurriría esta transformación: “cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). 

Aunque esa transformación no se realizará plenamente hasta que lo veamos cara a cara, sin embargo, incluso ahora, aunque “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara” (1 Corintios 13:12), nosotros ahora, mientras mantengamos nuestros ojos en Él, estamos siendo "transformados a la misma imagen de gloria en gloria... como por el Espíritu del Señor". Dejemos todo lo demás a un lado para seguir adelante hacia el premio "del alto llamado de Dios en Cristo Jesús".

TBC