RECONCILIACIÓN | thebereancall.org

McMahon T.A.

"Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.  Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él"

(Colosenses 1:20-22)

"Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.  Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios" (2 Corintios 5:18-20)

Hay una serie de cosas que Dios nuestro Creador desea para su humanidad creada, y sin duda una de las principales en esa lista es la reconciliación. Ante todo, quiere que Sus seres creados, todos aquellos que se han separado de Él por el pecado, sean traídos nuevamente en comunión con Él.  Esa separación que comenzó en el Jardín del Edén cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios. La pena era la muerte (Génesis 2:17), la muerte espiritual, inmediatamente y la muerte física, eventualmente. En ambos casos la muerte implicó una separación eterna. (Mateo 25:41).   

La Escritura nos dice que todos hemos pecado, un hecho que nadie puede negar honestamente, aunque los intentos de querer hacerlo están muy extendidos. Sin embargo, la Biblia revela la condición de la humanidad con absoluta claridad: "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). Se dan además las consecuencias del pecado: "pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír" (Isaías 59:2). 

La pena por el pecado es eterna, por lo tanto la reconciliación debe ser eterna: "y por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (Hebreos 9:12). Reconciliación con el Creador de la humanidad es imposible para un hombre o una mujer el poder lograrlo a través de sus propios esfuerzos. ¿Por qué? La justicia divina exige que la pena debe ser pagada y la pena es infinita: sin fin. La propia humanidad finita no puede traer reconciliación para satisfacer la justicia divina, porque el castigo es sin fin, es decir,  "eterna perdición, excluidos de la presencia del Seño y de la gloria de su poder" (2 Tesalonicenses 1:8-9). Lo que es imposible para el hombre, sin embargo, es posible para Dios (Marcos 10:27).

Jesús, quién es Dios, y que se convirtió en un hombre, un hombre perfecto, sin pecado, pudo (y lo hizo) pagar la pena eterna para toda la humanidad. "Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no para nosotros solamente, sino también por los pecados del mundo entero" (1 Juan 2:2). "Pero vemos a Jesús... que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos" (Hebreos 2:9). Como Dios, podía experimentar y pagar pena eterna; como hombre, Él podía morir físicamente, tal y cual como lo hizo en la cruz.  Aunque su pago completo por los pecados de la humanidad está más allá de nuestra capacidad de comprender, la Escritura demuestra que la realidad de su expiación es innegable. Las palabras finales de Cristo mientras colgaba en la Cruz están claras y seguras: "Consumado es".

El término griego utilizado para "terminar" es tetelestai. Un léxico explica: "la palabra tetelestai, la cual también era escrita en documentos comerciales o recibos, en los tiempos del Nuevo Testamento, para demostrar que un proyecto de ley había sido pagado en su totalidad... La conexión entre tales  ingresos y lo que Cristo hizo hubiera sido bastante evidente para los lectores de habla Griega durante el tiempo en que Juan vivía; sería inconfundible que Jesucristo había muerto para pagar por sus pecados".

El sacrificio que Cristo hizo por todos tiene solamente un requisito para lograr la reconciliación entre Dios y el ser humano. Su muerte, entierro y resurrección según las Escrituras, las cuales deben ser creídas y recibidas como pago de Jesucristo por los pecados de la persona. La fe solamente trae consigo el regalo gratuito de la salvación que otorga Dios, y cualquier cosa que uno añada a eso sería un rechazo al don insondable de Cristo que trae reconciliación.

Como hemos dicho, ser reconciliados con Dios es lo principal y lo más importante. Por lo tanto ¿qué podríamos decir de la reconciliación en nuestras vidas hacia otros una vez que lo "principal y los más importante" ya haya tenido lugar? "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación" (2 Corintios 5:18). Ese ministerio, que a todos los creyentes ya se les ha dado, consiste simplemente en explicar las buenas noticias del evangelio a cada persona con quien Dios nos provee la oportunidad. El compartir las buenas noticias del don de vida eterna que libremente hemos recibido debería ser una de las cosas más fáciles de hacer para los cristianos pero, tristemente, muchos creyentes son reacios a hacerlo. Hay otro aspecto de la reconciliación que para algunos cristianos se les hace terriblemente difícil, y tiene que ver con nuestras relaciones personales.

Las Escrituras nos dan instrucciones y comandos con respecto a la manera en que nosotros, como creyentes, podemos poner en práctica la reconciliación en nuestras relaciones. Mateo 5:23-24 nos da un sentido de la prioridad de la reconciliación personal con otros delante de Dios: "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda".  Parece que Dios no acepta el servicio a Él, cuando al mismo tiempo, somos desobediente a Sus mandamientos.

Obviamente, la reconciliación entre individuos es muy importante para Dios y los ejemplos se encuentran en toda la Biblia. Los hermanos Jacob y Esaú se reconciliaron (Génesis 33: 4). Después de aterrorizar a los creyentes, Saulo, alias Pablo, ¡fue aceptado por los cristianos que él había aterrorizado! Los Corintios se separaron del joven que tuvo relaciones con la esposa de su padre, pero después él se arrepintió y fue reconciliado con el resto de la congregación. Con respecto a esta situación, Pablo escribió: "Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza" (2 Corintios 2:6-7). La carta de Pablo a Filemón consiste sobre todo en su exhortación a recibir nuevamente a su esclavo escapado, Onésimo. Pablo mismo tuvo problemas con Juan Marcos, el sobrino de Bernabé, quien hizo que Pablo se separara de él. Sin embargo, esas cuestiones fueron resueltas ya que Pablo más tarde declaró, "Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio" (2 Tim:4:11).

Tal vez el mayor obstáculo en la reconciliación entre los creyentes es ser reacio, el rehusar perdonar a la persona que ofende. Por eso el Señor, conociendo el corazón del hombre, subraya la necesidad del perdón a lo largo de las Escrituras: "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete" (Mateo 18:21-22); "Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.  Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas" (Marcos 11:25-26).

¿Cuáles son los factores que nos impiden obedecer los mandamientos de la Palabra de Dios? Orgullo... el yo, o el uno mismo... nuestra vieja naturaleza... por nombrar algunos. Porque el orgullo es un factor importante que nos mantiene apartados de la gracia de Dios, porque "Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes" (1 Pedro 5:5).

¿Quién está siempre dispuesto a admitir que él o ella tiene la culpa o dispuestos a reconciliar cuando uno no es culpable? Todas las cosas que nos impiden reconciliarnos con los demás se pueden superar haciendo simplemente lo que las Escrituras nos dicen que tenemos que hacer. Si estamos dispuestos a hacer las cosas de la manera que Dios nos instruye, Él nos dará el poder para obedecerlo.  Si esto suena demasiado simple, consideremos algunas ideas que podrían ayudar a una persona a cambiar su manera a la manera de Dios. Aunque estas justificaciones no deberían ser necesarias, los ejemplos se dan realmente como medidas preventivas que están en la Biblia, advirtiendo a los lectores de las terribles consecuencias de la desobediencia.

¿Qué gana uno en rehusar a reconciliarse o a perdonar? ¡Nada bueno! La responsabilidad está en uno mismo. Pero el orgullo ciega al hecho de que la falta de voluntad para perdonar es autodestructiva. Rara vez tiene un efecto sobre la persona contra la cual el rencor es enfocado. Para muchos, que se niegan a reconciliarse, probablemente evoca sentimientos que alimentan su orgulloso sentimiento de superioridad. Sin embargo en el Libro de Proverbios 12:1 leemos que la persona que

rechaza la instrucción y corrección bíblica es bruta o estúpida.  Además, mientras que esos sentimientos se mantengan por un largo tiempo, más fácil será para que la raíz de amargura pueda arraigarse. Por lo menos, una mala actitud prevalecerá, que afectarán a otros, especialmente a los miembros de la familia, quienes tienen que vivir con la persona. Así vemos que nada se gana, pero mucho se pierde.

Lo peor de todo, el negarse a la reconciliación, lesiona la relación del creyente con el Señor. Ciertamente Dios no va a cambiar ni volverse atrás en Su declaración, que Él nunca dejará ni abandonará a un creyente (Hebreos 13:5), pero ¡aquellos que desobedecen a Dios, apenas hacen el intento de acercarse a Él! Eligiendo su propio camino, están en el proceso de la deriva lejos de Él (Hebreos 2:1; Apocalipsis 2:4) o algo peor. Versículos tales como Efesios 4:32 y Colosenses 3:12-13 no son sugerencias,  sino más bien  mandamientos, órdenes que deben ser obedecidas: "Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo".  "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros". Aquellos quienes dicen ser creyentes, pero que se niegan a cumplir, deben tomar en serio la advertencia dada por Jesús: "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46).   

A través de la Palabra de Dios, los creyentes son exhortados a negarse a sí mismos, poniendo a Cristo primero y luego a otros: "Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Corintios 5:14-15). "Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo" (Romanos 15:2-3); el amor "no busca lo suyo" (1 Corintios 13:5);  "Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz" (Efesios 4:1-3). Un corazón implacable o que no perdona, está en directa oposición a estos versículos y a muchos más.

En mis cuatro décadas de ser un cristiano bíblico, yo he tenido que aprender acerca de la reconciliación de una manera difícil. Lo que quiere decir que lo hice a través de mis propias experiencias, en vez de simplemente obedecer lo que las Escrituras claramente nos enseñan. He perdido varios amigos durante ese tiempo por una serie de razones, ya sea a través de lo que yo hice, dije o escribí. Desde el principio mi acercamiento fue participar en la comunicación, sobre todo con el propósito de defenderme, sin prestar mucha atención si era mi culpa o no lo era.  Esa actitud nunca traía reconciliación, incluso cuando presentaba mi argumento con ayuda de las Escrituras. Por lo general el resultado final era que la relación se empeoraba.

Entonces ¿qué fue lo que yo aprendí?  Necesitaba hacer lo que manda la Palabra de Dios. Cuando yo era el culpable en una determinada situación, yo necesitaba arrepentirme e intentar de hacer las paces o de reconciliarme.  ¿Pero qué ocurría cuando no era mi culpa, o cuando estaba correcto bíblicamente en lo que yo había escrito y aún así un hermano tomaba ofensa a lo que yo había comunicado? Lo que solía hacer a menudo era el responder ofreciendo una diferente explicación, con el fin de explicar mejor mi punto de vista o aclarar lo que había escrito esperando una mejor comprensión. Parecía que esa era la forma correcta de hacerlo, siempre teniendo en cuenta como objetivo el hacer la reconciliación, en lugar de defender mi punto de vista. Pero incluso, cuando hice todo lo que pude para la reconciliación, muy rara vez mis intentos fueron exitosos, al menos por un tiempo.

Sin embargo, lo que pude aprender a través de los años me proporcionó cierta ayuda.  En primer lugar, se necesitan dos personas para la reconciliación.  Ambas partes deben estar dispuestas a obedecer las enseñanzas de la Biblia y hacer las cosas de la manera en que Dios ordena, y eso puede involucrar las instrucciones que se encuentran en Mateo 18. Si por alguna razón yo estoy dispuesto a reconciliarme, pero la otra persona no lo está, entonces no puede haber reconciliación. Eso no me excusa a que yo no haga todo lo posible a obedecer la Palabra de Dios con respecto a la situación. El no hacerlo, no agradaría a Dios ni tampoco ayudaría a traer la posibilidad de una solución a la situación. Lo que también aprendí es que cuando intentaba disputar temas en desacuerdo, sin importar cuán mansamente, muy a menudo e involuntariamente creaba obstáculos que frustraban la resolución. Mientras más "debatía" el tema, el desacuerdo parecía crecer más. En otras palabras, me di cuenta que estaba obstaculizando, lo que podría haber sido eventualmente, una reconciliación.

Por otro lado, ¡he experimentado unas reconciliaciones realmente milagrosas! ¿Cómo pudo haber ocurrido eso? Yo creo que esos éxitos fueron logrados cuando dejé de ser un obstáculo en los caminos del Señor, es decir que dejé de defenderme. Lo que hice fue,  entregar mis circunstancias a Dios, haciendo lo que Su Palabra dice, con Su ayuda y entregando esas situaciones en constante oración. Fue el Señor quien cambió los corazones de aquellos en la oposición hacia la reconciliación, en una manera que solamente Él podía hacerlo.  Como dice en 2 Timoteo 2:25 con respecto a aquellos en oposición, "quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad".

Dios conoce el corazón de todos y lo que debe hacerse para efectuar el cambio, que sólo Él puede hacer. Otros, sin embargo, no pueden saber ni tampoco hacer nada acerca de nuestros corazones, pero pueden ver como nosotros como cristianos manejamos las cosas.  La Palabra de Dios nos instruye a ser "Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.  Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres" (Romanos 12:16-18). Es la manera de Dios, y si alguno quiere experimentar paz en su vida, pero está apartado de Dios, debe primero comenzar el proceso de la reconciliación y con Él, ante todo.